A veces siento que la vida del “valiente” es una vida solitaria.
Estamos acostumbrados a aguantar.
A reír ante una palabra hiriente.
A silenciar lo que nos quema el pecho.
A no escuchar esa verdad que grita desde adentro.
Los sentimientos de alerta los anestesiamos
con unas palmaditas de “bien hecho” en el hombro.
Pobre ego, mediando entre el instinto primitivo
que hace hervir la sangre
y la parte consciente que interactúa con la realidad.
Pero ¿vos sos real?
¿Qué es lo real?
¿Lo que se tiene que disimular o lo que salvajemente se expresa?
A veces siento que la vergüenza de esconder las ganas de cagar en público
es el verdadero ensayo de la vida.
“Esconda las ganas, no diga que ama, no demuestre el dolor, no diga lo que siente, no demuestre. Aguante, aguante, aguante.”
Sonría y agradezca, porque podría ser peor.
Y todos vamos como corderos en esa misma dirección:
aguantando los pedos, aguantando el dolor en los intestinos,
normalizando el hostigamiento.
Caminamos en esa pasarela con las máscaras puestas,
para que te cuides de mí y para cuidarme de ti.
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